En el seno mismo de cada institución educativa, con sus respectivas particularidades de cada sede en contextos locales concretos, una cierta intimidad le confiere identidad a esas tales entidades escolares. Y en ella misma se entronizan prácticas y relaciones que impiden o potencian que los procesos educativos de aula y sus acciones curriculares diversas avancen de modo significativo, a través de pasos y zancadas firmes, que dejan un acumulado a partir de los cuales se instalan hitos que al tornarse historia y referencia de un horizonte en prospectiva, hagan sostenible ese avance.
En esta excursión por esa intimidad localizada, aludiremos a prácticas y relaciones que impiden…; relaciones y prácticas que obstaculizan ese avance. Es decir, que son negativas. Obsérvese que esta perspectiva hace abstracción del re-frito de tomar al gobierno, al Estado, como el único responsable de la debacle de la educación pública.
Pues bien vamos a inventariar. Y vamos a hacerlo de lo más a lo menos complejo:
En primer lugar, en estas instituciones no se construyen agendas de trabajo sobre la base de lo importante, y estableciendo prioridades, durante periodos determinados. En esta particular materia, el planeamiento es flaco, discontinuo, flojo, inconsistente en su coordinación. Y las más de las veces, por cualquier motivo, se da el efecto dominó en el desmonte de lo planteado, perdiéndose esfuerzo y tiempo; y retornándose al punto de inicio.
El trabajo en equipo es quizá la mayor debilidad. Y en consonancia con lo anterior, cualquier paso adelante lo tumba una inconsecuencia individual, una “directivada” por parte de “cualquiera” de “sus cabezas”. Y claro, si esto es cotidianidad en la dirección. Evitemos referirnos al colectivo, a la base.
Lo más a la mano, y lo más fácil es el estilo de trabajo personalista cuya autoridad reside en una jerarquía vertical, que por tal decide. Sólo en momentos equis, se echa mano -quién sabe por qué-, al recurso de la horizontalidad en el trabajo de equipo, y vuelve y se le asesta golpe artero. Y sigue la cotidianidad al garete. Lo difícil es el manejar una agenda pública de trabajo construida en equipo y sostenida con el accionar de cada responsable comprometido en este juego que ha de tener en el líder natural su animador insobornable.
Cómo presidir esa relación entre “deberes” y “llamados de atención” con respecto a lo medular del trabajo escolar: La clase. La gestión de aula. El componente pedagógico en la enseñanza para el aprendizaje de los chicos. No se ha podido construir una cultura, un proceso reglado de modo racional y razonable. Se equivoca de modo grave el mando ejecutivo, y lo mismo ocurre como “reacción”, su complemento, la base. El perjudicado por esta perversión: los estudiantes. Pero ellos, más alienados, se creen beneficiarios. En varios casos, en distintas sedes o instituciones, de parte de cimas directivas, se generaliza con boca suelta una falla, una ineficiencia. Pero nadie llama al responsable concreto de esa práctica. Y quien sí sabe que está incurriendo en la falla se camufla tras ese estilo de conducción de la gestión escolar, pagando por esto, incluso, los colegas que sí son responsables y ejemplo de trabajo con calidad.
Este actuar al repetirse, se trueca en factor que orrompe.
De estos nudos que persisten sin resolución, el común de los trabajadores vinculados a la institución, sea como docentes, administrativos, de servicios generales, terminan re-acomodándose a esa realidad viciada como las placas tectónicas se acomodan a la estructura de la tierra después de cada sacudida y cada movimiento, con una acotación desventajosa para el caso nuestro: entre nosotros no se dan grandes estabilizaciones del terreno, por el contrario, terrenos antes estables se tornan aren movediza, y la movediza en otrora, degrada en fango que deglute y tierra que se abre y traga.
Avances de ayer se pierden, la cultura institucional se viene a pique; los valores pierden terreno, ganándolo para sí, la vida disipada; el relajo. El dejar hacer, dejar pasar.
Todo lo dicho impacta desastrosamente en la vida íntima de cada salón de clase, en la relación compleja intra-estudiantes, intra-profesoral y entre los unos y los otros. Sin darnos cuenta, la corrupción gana su puesto entre nosotros, con su rostro proteico. Y todos terminamos eludiendo la ética. ¡Quien mejor conjugue el verbo ELUDIR!
Esto ocurre en las instituciones de educación pública, como si de lo público de ellas se derivasen necesariamente aquellas. Los pobres que estudian en ellas, si no incorporan a sus luchas esta bandera, y exigen de nosotros nuestra cuota de responsabilidad en los resultados de la labor educativa, ésta se mantendrá lejos del quiebre histórico a favor de los desfavorecidos de siempre. Es decir, otro obstáculo a devastar para sobre los activos a salvar, se siga construyendo…
Ramiro del Cristo Medina Pérez
Santiago de Tolú, septiembre 19 - 2013